El
juego simbólico constituye una actividad real del pensamiento. Es una
satisfacción para el niño transformar lo real en función de sus deseos.
Estamos hablando de espontaneidad, libertad, iniciativa personal, de la propia
decisión y del propio poder, de la búsqueda del propio placer y la
autosatisfacción.
La
esencia del juego estriba fundamentalmente en esa situación imaginaria, creada
por el niño a partir de sus tendencias afectivas personalizadas que le llevan
a viajar por otra dimensión, solicitando del educador que permanezca cerca,
observe, interprete y contenga mientras él juega.