jueves, 9 de abril de 2015

Los niños y niñas repiten el mito de Prometeo.

Reproducción de la palabra mediante analizador auditivo. Nos referimos a la reproducción de la palabra como sonido y su traslación al plano gráfico. En este momento de la escritura, se hace la transcripción de los sonidos a signos lingüísticos gráficos. El niño no quiere que le escribamos para volverlo a producir, quiere que le pronunciemos las palabras para escribir por si mismo. Empieza a “cantar” las palabras. Al final en vez de “mesa” ha escrito “ea”, pero lo ha escrito él. El adulto le dirá "aquí pone ea y es mesa”, entones su cerebro, mediante actividad combinatoria, va cambiando la estructura hasta dar con la correcta.

Los errores son necesarios: la información que recibe del adulto para corregir lo que está mal escrito, va generando nueva información, hasta que consigue la que necesita para escribir bien la palabra. El adulto desempeña un papel primordial en este proceso: ser el referente lector, el único que puede ayudar al niño a superar  los errores de transcripción. Ante la palabra mal escrita, el adulto no puede decirle al niño que aquello “está mal” porque podría hacer volver al niño a fases anteriores por miedo al error, pero tampoco podemos decirle “muy bien”, puesto que sin frustración no puede darse aprendizaje. Lo que si debe hacer el adulto es leer lo que textualmente ha escrito el niño: aquí pone “paap” y tu quieres escribir “papá”. En ese momento el niño se da cuenta de que no lo ha escrito bien e intentará corregirlo por si mismo.

Cada corrección le da al niño la posibilidad de construir una palabra. Las primeras 30 -70 palabras son construidas. Aparece, en el cerebro del niño, una actividad combinatoria computacional de reglas cognitivas, donde se compara errores con modelo, lo que genera LA CONSTRUCCION DE LA PALABRA. En el estadio final de este proceso aparece la escritura inédita, en la que el niño construye cada palabra que produce con una simple verbalización y que es la génesis de las reglas morfofonológicas.

Cuando los niños y niñas descubren que tenemos un código aquella afición al “aquí pone…” se acaba y pasa a repetir el mito de Prometeo: el niño quiere “robar” la escritura a los adultos.