Reproducción de la palabra mediante analizador
auditivo. Nos referimos a la reproducción de la palabra como sonido y su
traslación al plano gráfico. En este momento de la escritura, se hace la transcripción de los sonidos a signos lingüísticos gráficos. El niño no quiere
que le escribamos para volverlo a producir, quiere que le pronunciemos las
palabras para escribir por si mismo. Empieza a “cantar” las palabras. Al final
en vez de “mesa” ha escrito “ea”, pero lo ha escrito él. El adulto le dirá "aquí
pone ea y es mesa”, entones su cerebro, mediante actividad combinatoria, va
cambiando la estructura hasta dar con la correcta.
Los errores son necesarios:
la información que recibe del adulto para corregir lo que está mal escrito, va
generando nueva información, hasta que consigue la que necesita para escribir
bien la palabra. El adulto desempeña un papel
primordial en este proceso: ser el referente lector, el único que puede
ayudar al niño a superar los errores de transcripción. Ante la palabra mal escrita, el adulto no puede decirle al niño que aquello “está mal” porque podría hacer volver al niño a fases anteriores
por miedo al error, pero tampoco podemos decirle “muy bien”, puesto que sin frustración
no puede darse aprendizaje. Lo que si debe hacer el adulto es leer lo que
textualmente ha escrito el niño: aquí pone “paap” y tu quieres escribir “papá”.
En ese momento el niño se da cuenta de que no lo ha escrito bien e intentará
corregirlo por si mismo.
Cada corrección le da al niño la posibilidad
de construir una palabra. Las primeras 30 -70 palabras son construidas. Aparece,
en el cerebro del niño, una actividad combinatoria computacional de reglas cognitivas,
donde se compara errores con modelo, lo que genera LA CONSTRUCCION DE LA
PALABRA. En el estadio final de este proceso
aparece la escritura inédita, en la que el niño construye cada palabra que
produce con una simple verbalización y que es la génesis de las reglas
morfofonológicas.
Cuando los niños y niñas descubren
que tenemos un código aquella afición al “aquí pone…” se acaba y pasa a repetir
el mito de Prometeo: el niño quiere “robar” la escritura a los adultos.