Cuando se hace la
propuesta al alumnado comienza el viaje: su imaginación se activa, ideación e
idealización, ensoñación, intercambio de opiniones provocadas por la inicial
curiosidad, unas hipótesis nacidas de la acción y dictadas por la pasión, por
la aventura, que, en suma, desembocan en una situación de viaje: un proyecto,
un itinerario, unos elementos a ser observados, apropiados y aprehendidos por
la directa experiencia del viajero-descubridor. Preparar el viaje, imaginar,
visualizar y visionar lo que vas a encontrar; relacionar y asociar
conocimientos adquiridos de diferentes áreas...
Lo planeado se
lleva a cabo, se hacen realidad los sueños: emprender el camino cuidando de ti
y de los que te acompañan, adentrarte en lo desconocido, interactuar con ello
para hacerlo tuyo, impregnarte, tratar de agarrar ese presente, que antes fue
futuro, para preservarle y llevártelo contigo de vuelta a casa, cuando ya sea
pasado. Volver a lo cotidiano revestido, y evocar lo vivido, contando,
reconstruyendo tu propia historia. Conservar con cariño el saquito de hierbas,
el pan de tu viaje, de esa experiencia vivida fuera del amparo familiar que te
ha hecho descubrir posibilidades y limitaciones personales.
La Escuela Activa y
la Escuela Nueva ya nos habla de esta manera de entender el viaje de estudios y
el modelo de viajero. Se trata de una concepción escolar que no ve el viaje
como una mera excursión, un consumo cultural, un entretenimiento. El viaje se
sobreentiende como un instrumento pedagógico para dar oportunidades al alumno
de desarrollarse como persona, es más, como
buena persona. En palabras de Fabricio Caivano: “Un viaje de estudios es un modo de conseguir que los
alumnos viajen gozosamente del ver al ser y del ser al ver”.